El sol de Sevilla .
Sevilla a pleno sol en días caniculares. Sol vertical, aire quieto, reverbera la luz hiriente, y el pavimento parece plancha de pulido acero, que tapara la boca de un horno; el tránsito se marca por cálidas estrías sobre el asfalto reblandecido; tono brillante en todas las cosas, exceso de luz, sol que cae a plomo, horas interminables sin sombra ni frescura. Las calles nuevas -audaces vías que copian las que... se abrieron en otras latitudes, bajo cielos más benignos-, marcaron un progreso de acuerdo con los tiempos nuevos, pero olvidado de las tradiciones del Mediodía, eternas normas para vivir comodamente en la urbe.
Donde se abría la gran plaza, otro tiempo, allí surgían los soportales, que hacían posible el tránsito en el estío. esta era la tradición, así se resolvía el conflicto entre la necesidad de grandes espacios abiertos para el tráfico, y la otra necesidad humana de resguardar al transeúnte del castigo de un sol que calcina y agosta.
Indudablemente, la sabiduría de los antiguos no ha sido superada en muchos aspectos. He aquí una calle moderna, amplia, que queda imposibilitada para transitar por ella en verano. 1928.
Hace ya años surgieron las grandes, rectas fachadas, sin arcadas protectoras, sin senos umbrosos como aquellos de la alegre calle de San Jacinto, que daban sombra en otros tiempos a lo largo de una vía amplia, arteria de Triana.
No todo el año se encierra para la ciudad en el plácido mes de abril con su amable clima. Sevilla, ofrecida al brillo loco del mundo, al comercio ruidoso, al vano esplendor, brinda sus nuevas avenidas al turismo mundial, transeúnte de un día cuando el sol es tibio y la luz es blanda, cuando el oro y el azul se mezclan en sinfonía en tono menor y es una delicia el amplio espacio abierto al cielo y el aire trae fragancias de naranjales.
Sevilla ha olvidado -en su nueva estructura-, los días estivales, cuando pesa el aire recalentado en la inmensa marisma cercana, viento que llega lento y cálido, adentrándose en la ciudad sin que lo temple la sombra de un árbol, sin que se enfríe al quebrarse en el fresco recodo de una calle.
La ciudad para ofrecerse bella al turismo, hizo grandes sacrificios, pero ninguno como este de romper su estructura abriendo grandes vías, de las que huye el sevillano, para refugiarse en las calles llenas de frescas sombras, protegidas por los toldos, acogedoras, que tienden de alero a alero la gracias de sus "velas" blancas.
La calle Sierpes en los años veinte. Su entoldado era la forma de librar a los transeúntes, comercios y escaparates de los rigores del verano sureño.
Ganivet -a quien dolían tanto las herejías que en un tiempo se cometieron en su Granada, la bella- decía así:
"En las ciudades meridionales las casas se acercan, se juntan hasta besarse los aleros de sus tejados. Sobra luz, sobra el sol, y el aire caliente agosta a las personas como a las plantas: hay pues, que buscar sombra y frescura".
Este era y es el gran problema urbano que siempre tuvo Sevilla que resolver, de un lado, la necesidad imperiosa de grandes espacios viarios; de otro, el deber de proporcionar sombra y frescura, para que ni los hombres ni las cosas se agosten, para que la piedra nueva no se calcine.
La calle Sagasta (antigua Gallegos) donde la muchedumbre callejera sevillana, pasa las cálidas horas del día a la sombra de los toldos. 1928.
Nos hallábamos ante una nueva estructura, era de ensanches y de urbanizaciones, "ramplonería arquitectónica que vino a Europa -decía el genial pensador granadino- de rechazo y que fue del gusto de los hombres de negocio, de los mangoneadores de terrenos, de los fabricantes de casas baratas..." De este modo "cundió el amor a la línea recta y llegó el momento de que los hombres no pudieron dormir tranquilo mientras su calle no estuviera tirada a cordel", así nos invadió la fiebre del ensanche, así nos obsesionó la línea recta.
La calle Sierpes entoldada, por donde la gente circula en verano, con relativa frescura. 1928.
Sierpes, Lineros, Franco, Mercaderes... frescas calles entoldadas, en el corazón de Sevilla, amables con sus "velas", que tamizan la cruda luz solar, ¡que distintas de esas otras vías tiradas a cordel, anchas, inclementes bajo el sol de nuestro verano!. Y acordémonos de aquella otra trianera, la de San Jacinto, que ya hemos nombrado, que, con sus viejos soportales -sombra a todo lo largo de la calle-, mostraba como en otro tiempo se atendía al clima como soberana indicación, para el trazado de ciudades.
La calle San Jacinto de 1904, con sus viejos soportales.
¿Pero quien ha dicho que en Sevilla el Sol aprieta más de lo justo?
Véanlo ustedes: en la Plaza de la Campana, con cuatro cervezas y una gaseosa se refresca el cuerpo y se olvida uno del calor.
Desde que amanece se forman colas en las fuentes públicas. Y el que no se provee de agua, ya sabe lo que tiene que hacer: beber vino o cerveza, por beber algo y perder la cabeza.... Que es lo que ocurre cuando el sediento prueba el pirriaque.
La calle de los negocios, donde lo mismo se compra un coche, que una finca, es de las más fresquita de la ciudad.
El trabajo se las trae, pero en fin, con ese paraguas y el pensamiento puesto en las hijas que se han quedado en casa, el hombre suda, y a veces hasta tiene la suerte de cobrar alguna facturilla.
Este pobre hombre tiene que andar de puerta en puerta, porque su oficio es el de vendedor de periódicos, y con estos calores, en cuanto el hombre pilla un zaguán fresquito, se duerme para soñar con una playa.
Fuentes: Archivo particular.
Como antaño, hoy en día los toldos siguen siendo la sombra de Sevilla.
Si haces clic sobre las imágenes, las puedes ver ampliadas.
Si deseas ver otros temas sobre el crecimiento de la ciudad de Sevilla, en el siglo XX, por favor, haz clic: AQUÍ.
Soñemos con esa sombra de un buen árbol que nos acoja, a la vera de un río o frente a una sonora playa, importa que sintamos ese fresco tan necesario.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Alfred.
EliminarUn abrazo.
He estado algunas veces en la hermosa Sevilla,algunas en verano y...más de una vez entré en una tienda donde no iba a comprar nada porque no aguantaba el calor.Es verdad que los toldos son muy necesarios.
ResponderEliminarBesos.
Gracias amiga, y no eres la única que a veces se ha tenido que refugiar del calor en algún comercio, y a veces comprando algo innecesario.
EliminarUn beso.
Manuel, tus interesantes fotos con calles y lugares de la bella Sevilla provocan el volver a visitar tan majestuosa ciudad.
ResponderEliminarUn abrazo bien grande.
Gracias, Ricardo.
EliminarUn fuerte abrazo.
Excelente trabajo...
ResponderEliminarGracias
Gracias, amigo.
EliminarUn abrazo.
Nuestros urbanistas se han olvidado de los 46 y 47 grados,Manuel.
ResponderEliminar¡Todos los que podemos huimos a las playas! Andar por Sevilla en verano en las horas centrales del día es actividad de alto riesgo.
Besitos
Muchas gracias, amiga.
EliminarUn beso.
Mira que me encanta Sevilla, pero la verdad es que en verano jamás me asomaría por allí, jajaja.
ResponderEliminarUna entrada preciosa Manuel, donde nos muestras unas fotografías encantadoras de tiempos pasados donde seguramente sus habitantes no se quejaban tanto de los calores aun sin tener los medios de los que hoy disponemos; claro que en la calle existen los mismos, empeorados por las líneas de las edificaciones modernas donde ya no hay soportales con que aliviar el paseo.
Como siempre un placer pasar por tu espacio andaluz.
Un abrazo.
Muchísimas gracias, Elda.
EliminarUn fuerte abrazo.
Del calor de Sevilla no se puede escapar, pero sí hacerlo más llevadero, por ejemplo, como bien dices, con callejuelas serpenteantes pintadas de cal blanca, a la sombra de los naranjos y junto a las fuentes cantarinas. Y, por supuesto, con un refresquito y a las diez de la noche la caló se va olvidando...
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, Carmen.
EliminarUn abrazo.
Unas fotografías preciosas. Besitos.
ResponderEliminarGracias, Teresa.
EliminarUn beso.
Pues, en Valencia, aún no, pero cualquier día empiezan a colgarse los toldos que ya empiezan a volverse a poner en otros lugares, como hace cien años. Otra forma de enfrentarse a los despiadados rayos de "Lorenzo" en pleno mes de agosto son las sombra de los árboles.
ResponderEliminarSaludos.
El centro histórico de Sevilla no estaba exento de árboles, pero cuando se peatonalizó parte del mismo, en algunas zonas se ha tenido más en cuenta lo estético, que lo práctico.
EliminarGracias, y un fuerte abrazo.
Deseo imaginar el calor que sienten ustedes cuando dicen 42º uffffffff aquí a 33 a las justas y ya estamos sancochandonos, besos, tu post como siempre tan bello e ilustrativo.
ResponderEliminarUn abrazo Manuel con todo corazón :*
Muchas gracias, Patty.
EliminarUn beso.
Manuel, este tiempo estival aquí en nuestra querida Andalucía es tremendo!! Pero en primavera es una gozada pasear entre sus parques y avenidas.Como siempre me ha encantado leerte.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias, amiga.
EliminarUn abrazo.
La estrechez de las calles y los soportales bien cumplían su función en especial en verano para paliar el asfixiante calor.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, amigo.
EliminarUn abrazo.
Estupendas imágenes.
ResponderEliminarY siempre preciosa Sevilla. Aunque, a poder ser, mejor sin calor.
Un fuerte abrazo.
Gracias, Amalia.
EliminarUn abrazo.
Que pena que hayan desaparecido los soportales, aunque poco se note con las temperaturas extremas que sufrimos.
ResponderEliminarQue bien has retratado esa época en la que han cambiado tantas cosas menos ese sol de justicia en nuestra ciudad .
Espero que te des una respiro y te libres del calor. .
Muchas gracias.
EliminarUn abrazo.
... ay el Lorenzo como pega.. En Sevilla y aquí en los madriles.. Imagino que esto viene de antiguo.. Aunque pienso que cada vez hace mas calor en la mitad sur de España.. Muy bonitas postales. Que tengas buen fin de semana
ResponderEliminarGracias, Ana.
EliminarBuen fin de semana.
Mánda acá a Chile un poco del sol sevillano, Manuel. Todavía tenemos mucho frío.
ResponderEliminarPor mi parte te lo mandaba el sol entero.
EliminarUn abrazo.
Te felicito por tus colecciones de postales
ResponderEliminarUn fuerte abrazo desde Jerez
Gracias, Juan.
EliminarUn abrazo.
Leyendo tu articulo me he acordado de mi pueblo.La plaza Mayor esta rodeada de soportales por donde se puede andar,pasear y pararse para hablar: esto se puede hacer tanto en días calurosos como en días lluviosos.Nuestros antepasados eran inteligentes y prácticos.
ResponderEliminarMe ha encantado tu entrada. las fotografías geniales
Un abrazo Manuel
Gracias, amiga.
EliminarUn abrazo.
Ancora un superbo post. Certo che hai avuto un bel coraggio a parlare del sole di Siviglia quando in tutta Europa eravamo in piena cinicola. Bravo Manuel e asta la vista.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo Elio.
EliminarCiao.
Ciao Manuel, succede una cosa strana. Ho fatto un primo commento ed all'invio mi è stato bloccato da un "protettore" che non ho mai autorizzato a servirmi. In ogni caso ci riprovo.
ResponderEliminarHai avuto un bel coraggio a parlare del sole di Siviglia mentre in tutta Europa le temperature sono le più alte sinora registrate.
In ogni caso complimenti per questo bel post che dà voglia di visitare questa città con temperature più clementi. Un amichevole abbraccio.
Como veras han salido los dos comentarios, así que me reitero en darte las gracias.
EliminarBuen fin de semana.
Unos por mucho y otros por nada. Ciertamente yo no puedo soportar semejantes calores, pero anda que lo nuestro... En lo que va de verano creo que no he visto el sol tres días seguidos. En fin Manuel, la entrada de hoy me ha parecido muy poética a la par que reivindicativa para los soportales.
ResponderEliminarSalu2.
Gracias, Alfredo.
EliminarUn saludo
Estimado amigo, no había visto este comentario y por eso no te respondido antes.
ResponderEliminarGracias, y un fuerte abrazo.