San Juan de los Terreros.
(Allá por los años veinte, del pasado siglo.)
(Allá por los años veinte, del pasado siglo.)
Conforme se aproximaba uno a la provincia de Almería, la Naturaleza iba desnudándose cada vez más, tomando un aspecto casi primitivo. Se alzaban de la misma orilla del mar las suaves lomas, que se agigantan tierra adentro; entre las redondeces de blanda arena de las dunas, el agua penetraba, dormida, en las calas pintorescas, inmóvil y plateada, como si fuera de mercurio. Se pasaban kilómetros y kilómetros sin que se viera una vivienda, y cuando ésta surgía, rojiza, pobre, solitaria, con un tambanillo de bojalaga o de baladre, daba la impresión de estar deshabitada, acaso, en su proximidad se elevaba una palmera, más graciosa y esbelta en la soledad del entorno.
En otra, se veían crecer junto a las paredes de adobe, unos dompredos desmedrados y, rodeando la placita, agudos cimborones grises con su vara recta sin flor; y más allá, eran palares los que abrigaban las casitas, y en todas partes albardín y esparto.
Un aspecto del poblado de Terreros, última playa de Andalucía, antes de entrar en la provincia de Murcia.
Al bajar por el Levante, quedaban atrás Matalentisco, Calablanca, Calarreona y ya estábamos en la provincia de Almería, donde el cabo de Gata se entra en el mar como un largo cuchillo. Un islote parece una enorme ballena en la lejanía, en frente, en una vuelta del camino, aparecían, junto al mar, unos montes agujereados; era San Juan de los Terreros, pedanía costera de Pulpí, y el antiguo poblado troglodita de pescadores.
Los hombre hicieron aquí, en este suelo fácil de minar, sus viviendas subterráneas. Pasaban en ellas el invierno dedicados a sus faenas de pesca, y cuando se aproximaba el verano, preparaban sus cuevas para recibir a otros habitantes menos rudos: los bañistas de los pueblos vecinos, y entonces Terrero presentaban una fisonomía de lo más pintoresco. El hombre de la ciudad había tomado posesión de la caverna, y el troglodita se iba a vivir al aire libre durante tres meses, bajo los tinglados de estera que levantaba a la orilla del mar, ya que necesitaba del alquiler de sus cuevas para vivir en invierno, con la ayuda de sus pesquerías. Podría decirse que todo ese tinglado de esteras, palos y cañas, era la vivienda provisional de una tribu trashumante; y sin embargo, nada más sedentario que esta gente, que no sabrían vivir en otra parte y de otra manera.
Niños bañándose en la orilla.
Pero lo más curioso es que algunas de estas cuevas eran de propiedad de familias ricas, eran de lo más cómodo y confortable en su interior, y solamente se abrían durante el veraneo.
Es un paisaje agreste y bello el de estas playas solitarias, con grandes cantiles de caprichosas crestas volcánicas; a lo lejos, un monte aislado presentaba la forma de una verdadera barraca valenciana, rodeada de erizadas chumberas.
Calas y dunas donde el mar se aquieta y no es profundo, hormigueante de niños y bañistas; y en un ramblar, todo el tenderete de barracones de una sombra de feria de juguetes baratos, y dulzainas pasadas.
Dos de las principales cuevas del poblado.
Fuentes: Bibliografía y archivo particular.
Si deseas ver otros temas de Almería capital y de los pueblos de su provincia, por favor, haz clic: AQUÍ.
¡Qué de contrastes, Manuel!
ResponderEliminarLa historia de las cuevas, además, parece argumento cinematográfico, pero en que como tantas otras veces, es superado por la realidad.
Que tengas un feliz domingo.
Gracias, Esteban.
EliminarUn abrazo.
Muy curioso lo de las cuevas. Una vez vi en televisión un programa que hablaba de ello y era curiosísimo como las familias tenían allí sus viviendas con toda naturalidad. Un abrazo.
ResponderEliminarMichas gracias, Rita.
EliminarUn abrazo.
Que gran lectura Manuel, es como un maravilloso poema lleno de interés, nuestros antepasados fueron personas trabajadoras al máximo y está muy bien recordarlo, muchas gracias querida amigo. Gran trabajo. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Lola.
EliminarAbrazos.
¡Impresionante!
ResponderEliminarQue post tan cargado de curiosidades, Manuel.
Besos
Muchas gracias, Isabel.
EliminarUn beso.
Genial Manuel, has realizado un nuevo relato viajero y a la vez literario en el que hemos sobrevolado tierras, cuevas, calas, dunas, y esa orilla del mar.
ResponderEliminarMe atrevería a decir que es un texto poético. Un gran abrazo.
Gracias, Miguel.
EliminarUn abrazo.
Uy cómo me ha gustado Manuel. Me ha traído recuerdos de veranos allí cuando mis niños eran pequeños, siempre lo recuerdo como un lugar precioso.
ResponderEliminarBesos
Muchas gracias, Conxita.
EliminarUn beso.
¡Ojú lo que se aprende contigo, Manuel!
ResponderEliminarNo conocía nada de esto. Un lugar hermoso y pleno de curiosidades.
Gracias por traerlo.
Un abrazo.
Las gracias siempre a ti, Mari Carmen.
Eliminar>Un beso.
Una prosa preciosa la que regalas con ese ambiente tan peculiar y a la vez tan atractivo, y así debía de ser cuando los foráneos las alquilaban para el verano.
ResponderEliminarYo estuve hospedada en unos días de puente, en una cueva de Sacromonte, y fue una experiencia muy particular que recuerdo con agrado.
Un placer recorrer contigo este lugar tan singular.
Un abrazo y buena semana.
Gracias, Elda.
EliminarUn abrazo.
Interesante como todas tus entradas, me encanta. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Teresa.
EliminarUn abrazo.
Las casas cuevas no solamente existieron por esa zona por esta mi Castilla también las había, claro no las alquilaban para veranear.
ResponderEliminarPor Almería recuerdo en Viator cuando ice la mili pero cuando realice hace unos años una visita no existían dude si entre por la calle acertada hasta que vi una vivienda que me resulto familiar.
Saludos.
Gracias, Tomás.
EliminarSaludos.
No conozco esa playa, pero sí he viajado en tres ocasiones por la zona de Almería y en las tres ocasiones he podido disfrutar de su magnífico paisaje, sobretodo si te internas en la zona de Tabernas.
ResponderEliminarBesos
Muchas gracias, Antonia.
EliminarUn beso.
Muy curioso, y toda una sorpresa para mí.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Alfred.
EliminarUn abrazo.
Muy interesante reportaje que me ha hecho recordar a una señora que vivía sola en una cueva que estaba cerca de la estación del tren en Barbastro, era la década de los 60 y a mí, que era adolescente, me parecía algo extrañísimo y me llenaba de curiosidad así que las visitábamos de vez en cuando con las amigas, sé que iba al cuartel de infantería, que estaba cerca, donde le daban de comer todos los días.Saludos cordiales
ResponderEliminarGracias, Charo.
EliminarSaludos.
Voy a buscar fotografías actuales para ver los colores de esa última playa de Andalucía. Me estoy planteando seriamente ir a remojarme en sus aguas.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias, Carmen.
EliminarSaludos.
¡Hola Manuel! Precioso reportaje y muy poético me ha parecido. Me ha encantado la forma de escribir sobre este lugar lleno de cuevas a pie de playa. Me ha transportado. ¡Saludos!
ResponderEliminarMuchas gracias, Ana.
EliminarSaludos.
Me entusiasma mucho las imágenes del pasado muy buena entrada Saludos
ResponderEliminarGracias, José Ramón.
EliminarSaludos.
Qué entrada tan interesante, Manuel. Es un reportaje precioso con una información muy curiosa. Yo no sabía que este tipo de viviendas eran típicas de Almería por esa época.
ResponderEliminarEspero que no sea nada grave y que puedas volver pronto por aquí para que podamos seguir disfrutando de este trabajo que haces. Abrazos.
Grtacias, Vero.
EliminarUn abrazo.
Como siempre, muy interesante y excelente.
ResponderEliminarAquí estaré a tu regreso.
Un abrazo fuerte.
Hasta pronto.
Muchas gracias, Amalia.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Madre mía Manuel, cuánto ha cambiado.
ResponderEliminarMe ha encantado tu entrada, muchísimo mejor que la mía.
Gracias por pasarme el enlace.
Un abrazo.
Las gracias siempre a ti estimada amiga, y me alegro mucho de que te haya gustado verla cien años después de tus fotografías.
EliminarUn fuerte abrazo.