Glorieta de la Infanta María Luisa, en Sevilla.

Glorieta de la Infanta María Luisa, en el Parque de su nombre, de Sevilla.

Monumento a la Infanta María Luisa Fernanda, en 1929.

Enrique Pérez Comendador, ese joven maestro de la escultura, discípulo predilecto de Joaquín Bilbao, y el más nuevo del grupo ilustre que ilustra con su cincel el renacimiento sevillano de principios del pasado siglo, puso en el famoso Parque de María Luisa -marco incomparable del Certamen iberoamericano- la delicada representación escultórica de esta dama generosa que le regaló a Sevilla el espléndido jardín de su palacio.
La bella estatua, emplazada en un paraje apacible, muy visitado y que también sirve para refugio de las palomas del Parque, es el complemento del homenaje que ya venía rindiendo la ciudad, con ponerle al lindo jardín el preclaro nombre de su augusta donante y mencionarlo millares de veces cada día.

El monumento es de una gran sobriedad: una plataforma rectangular de césped esmaltado de pensamientos, dos piedras superpuestas para formar un pedestal de escasa altura, y, sobre este la figura noble, espiritual de María Luisa Fernanda irradiando esa suprema sencillez, a la vez señorial y humilde, peculiar de las augustas personas reales españolas. Pérez Comendador ha logrado realizar una obra muy expresiva que evoca la figura representada tal como la recordaban algunos viejos sevillanos y se la figuraban los más jóvenes por las descripciones que oyeron a cuantos la conocieron en vida, era la dama modesta y piadosa que iba de casa en casa para llevarle a los enfermos desvalidos la flor inmarcesible de su callada caridad.
La técnica escultórica empleada por el artista para obtener esta representación, participa de los procedimientos del tiempo romántico que llenó con la gracia de su cincel el olvidado Ponziano Ponzano para no dejar del todo vacío el lugar de la escultura española en el siglo XIX, y de las maneras modernas que acusaban un espléndido vigor renacentista de todas las artes nacionales.

Acierto magnífico que, por otra parte, nos redime de ciertos pecadillos perpetrados por causa de la acuciosa rapidez con que Sevilla tuvo que preparar el decoro de su representación ante el mundo en los últimos momentos de vertiginoso acicalamiento urbano.
No extrañaban los sevillanos de la época, la recién hecha estatua ni la recibieron como una novedad: para ellos estuvo allí siempre, desde siempre, entre las frondas del Parque....Al entrar la percibían, a través de su refinada espiritualidad, colocada más acá o más allá, pero al alcance de ellos, al alcance de todos los brazos para poderla cubrir de flores sin gran esfuerzo. No era una cosa nueva, sino algo íntimo que estaba en el ánimo popular, muy hondo y con raíces profundas, creado por la gratitud y mantenido por los recuerdos avivados por la contemplación del perfumado regalo cuya síntesis está en la flor estilizada que la augusta figura tiene en la mano derecha.

Flores como esta, que tienen alma y perfumes de almas habrá siempre muchas, hoy y en lo sucesivo al pie de la bella figura de la Infanta. Mientras en torno siguen floreciendo cada día -una por cada beso de amor, de piedad y respeto que se da en la ciudad- las flores del jardín espléndido que regaló a Sevilla, la Serenísima Señora.

Fuentes: Bibliografía y archivo particular.

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