viernes, 20 de septiembre de 2024

La Plaza de Doña Elvira, en Sevilla.

La Plaza de Doña Elvira, en el barrio de Santa Cruz, de Sevilla. 
Fotografía hecha desde una azotea de la misma plaza de Doña Elvira, en 1928, donde destaca el magnífico pavimento que tenía en aquello años.
Ningún otro lugar de Sevilla tan lleno de serenidad y reposo, tan poético y tan atesorado de silencio y de soledad, como este apacible y recóndito rincón de la Plaza de Doña Elvira.
Ocupa una breve extensión del típico y embrujado barrio de Santa Cruz, en donde parece que se ha recogido todo el alma de la Sevilla legendaria y emocional, en estática contemplación del cielo purísimo que la corona.
Fue en lo antiguo parte del solar en que estuvo enclavado el Corral de Doña Elvira, primitiva escena del teatro español, porque fue en él donde el esclarecido Lope de Rueda representó y dio a conocer Los pasos hijos de su maravilloso ingenio. Primitivamente fue conocida como Plaza de los Caballos y comprendía su área dos vías que ya no existen, y que eran conocidas como la Calle de los Caballos y la calle del Ataúd; y más arriba, en un trozo de la que hoy es calle Rodrigo de Caro, junto a lo que se llamó Arquillo del Sacramento, existió la Plaza de los Desafíos, que era una barreduela misteriosa y solitaria, muy buscada para zanjar lances de honor.
Y más tarde, hasta nuestros días como Doña Elvira, esa callada placita donde la luz del sol reverbera como en cristales y la plata de la luna reluce como un suave destello sobre seda y rasos.
El silencio y la soledad dan a esta bella Plaza sevillana un tono que parece de encantamiento.
 
Decía de esta plaza el ilustre poeta Muñoz San Román, allá por los años veinte del pasado siglo: "Que no ha mucho, entre las peladas y relucientes piedras, de su pavimento, crecía la fresca hierbezuela, pregonando el escaso transitar de los vecinos.
Después se la ha engalanado con una fuente de mármol y se la ha rodeado de asientos con azulejos brilladores, entre arriates donde crecen los naranjos y se entrelazan las espuelas del galán."
  "A ella afluyen, como si ha un remanso corriesen unos bravos arroyos, las calles de "Rodrigo Caro", de la "Vida", de "La Gloria" y de la "Susona", antes llamada como calle de la Muerte porque en ella estuvo largo tiempo, clavada en una escarpia, la cabeza de la hermosa y bella judía Susona: y cuando la luz de la alta luna proyectaba sobre la pared blanca la forma alargada y siniestra de la calavera horrible, parecía como si todo el esqueleto -imagen espantosa de la muerte- pendiese y se balancease trágicamente en el misterio de la calle solitaria y muda; calles tan estrechas como que las enredaderas de campanillas azules y los jazmines que nacen en los tiestos de un balcón se entrelazan en los hierros de las casas fronteras, componiendo como un sutil palio que cubre todo el vano de la calleja."
"No habrá que decir que por estas rutas no pueden transitar más que las personas, haciéndose imposible el paso a toda clase de vehículos.
Esta circunstancia hace que la Plaza de Doña Elvira esté alejada de molestos y desconcertados ruidos, no escuchándose en ella otros rumores que los de los surtidores de la fuente que, embellecen y poetiza los patios misteriosos de sus casas, ni otras músicas que las de algún cantar concertado con los acordes de una guitarra quejumbrosa.
El silencio también se asemeja al de una clausura de monjas que renunciaran al trato de las gentes para solo gozar de la presencia de esta maravillosa luz y de la delicia de este reposo embriagador que es como un bálsamo para los sentidos."
Todo el alma de la ciudad parece recogida en este rinconcillo del barrio de Santa Cruz.
"Remanso y dulzura para el alma son este lugar de apartamiento y esta caricia del más aromado y tibio ambiente, como no habrá otro remanso ni otro dulzor.
Entre estas blancas casas, tan sevillanas por su estilo, todo armonía y sencillez, ¡Con qué suave aleteo vuelan los pensamientos hacia los reinos de la Gracia y del amor!...
¡Y como solo parecen despertar nuestros sentidos cuando llegan a llenar el cercado recinto, en desbordadas ondas sonoras, las clarísimas voces de las campanas de la Giralda, que ya resuenan como un vibrante toque de clarín, ya como un poderoso eco de tormenta amenazadora!.
Deshechas las notas y quebrados los sonidos de las altas campanas, otra vez vuelve el silencio a su reino, que es esta Plaza, sagrario de la exaltada emoción.
Y otra vez vuelven nuestros corazones a sus deliciosas quietudes, como dormidos en el embeleso de un Amor que está ungido con óleos confortadores."


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